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jueves, 3 de abril de 2008

DE LA POESÍA

Hace poco discutía con alguien acerca de la literalidad de la poesía y del teatro.
Y osándome a hacer una reducción bastante simplista y ficcional, como todo recuerdo lo es, diré que aquella persona afirmaba que ni la poesía, ni el teatro eran literatura y si bien no dejaban de ser arte, no tenían las formas de mímesis de ésta. Sólo la narrativa lograba esta función, la de representar el mundo, aunque no lo argumentaba con el afán totalitario que le pondría Lukács a la novela. Su argumentación partía más de una negación de la poesía y el teatro dentro de las artes literarias, que de la afirmación de la novela, el cuento y el ensayo dentro de tales.

La poesía, decía, es otra cosa, no literatura. Un poeta no es un escritor, es un poeta. Alguien que parte desde su intimidad, no desde una universalidad. A esta cuestión le sumaba su experiencia social y laboral: al lector NO LE GUSTA LA POESÍA. Y aunque podrían existir cientos de ejemplos para negar esta proposición, no podemos negar que en nuestro limitado círculo sucede de esa manera, cualquiera que sea la justificación que le den: no la sé leer, no la entiendo, no puedo hacerle un análisis, no sé de la historiografía de la poesía, etc.

Seguro a muchos el extenso catálogo de Neruda sobre la bastedad natural de América, en su Canto General, no les sea de más agrado que el catálogo de Homero en la Ilíada. Tal vez verán a Neruda de la misma manera que a Argentino Danieri, también con un afán adánico de nombrar, aunque éste lo haga por medio del Aleph.

Sin embargo, pensar un solo tipo de poesía a lo largo de los siglos me parece una generalización innecesaria. Los poetas del siglo de oro no pueden hablar, ni representar de la misma manera como lo hará Hölderlin, o peor aún, de la misma manera que lo hará Haroldo do Campo.

La recepción de la narrativa, no puede funcionar de la misma manera que lo hace la de la poesía. Cuando era niña mi madre me leía Sonatina de Darío. En ese instante sólo sentía las imágenes y los colores del poema. Imaginaba una princesa sentada en su trono, mientras un bufón jugaba alrededor de ella. No podía saber lo que sucedía, ni qué eran las perlas de Ormuz. Sin embargo, esto no era necesario para que me gustara el poema, o para que sintiera sus imágenes, para que me representara una realidad, sin necesidad que fuera de la misma manera que la narrativa lo hacía. Años más tarde no fue necesario entender completamente, en mi precario inglés, The garden of Proserpine, para que me gustara Swinburne, o para que recitara alegremente she walks in beauty like the night, of cloudless… para que me gustara Byron.

Tal vez crea más en una palabra- objeto, una palabra- referente, que en una palabra- significativa. No en balde, he nacido después de las vanguardias, y de la fragmentación y negación de todo. Creo entonces en la posibilidad de la poesía de ser sentencia y no necesariamente reflexión o referente; en la posibilidad que tiene de vaciar de significado y de volver a llenar. En la posibilidad de volver a ser la palabra más fundamental y sintética. Incluso en su posibilidad de ser utilitaria y macabra.

Sin embargo, no niego tampoco esto en la narrativa. Tal vez nos perdimos en creerlos entes separados. ¿Qué importaba antes si cantaba o narraba, no eran la misma cosa?

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