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jueves, 8 de mayo de 2008

DE LO ILUSORIO DE UN LITERATO


Estoy muy contento de que haya decidido

publicar mi libro, pero yo en su lugar hubiese

rechazado el manuscrito. Me hago pasar por conde

polaco, pero yo sé que usted sabe que no soy más

que un pobre diablo que el viento de la contingencia

depositó en este país.

Franz Kafka

Creyendo tener cerca el fin de mi carrera -aunque sería más acertado llamarlo el fin de un pregrado precisamente porque de ahí en adelante cargaré con el peso y con el estereotipo de tener un grado, una profesión encima- me ha abatido la angustia de tener que ser literata o para disminuirla un poco sólo profesional en Estudios literarios como realmente nos titulamos.

¿Qué significa ser un profesional en Estudios literarios?, ¿Qué presupuestos debo conocer, qué se me pedirá conocer, exigirá conocer? Como es aquello lo que ha de nombrarme, deberé creer serlo. Deberé, tal vez, hablar, actuar, leer como ello.

La denominación estereotípica, aunque para semejante profesión puede no parecerlo, está dando a entender, según palabras de Saer, que su titular a causa de un comportamiento demasiado definido, es víctima de cierta ilusión sobre sí mismo. Y a falta de un artífice claro que caracterice a esta profesión -porque ¿qué es un profesional en Estudios literarios?, ¿el que lee de determinada manera, el que conoce sobre teorías e historia literaria?, ¿el que ha estado en una universidad creyendo y suponiendo conocer teoría e historias literarias?- cargaremos también, eventualmente, con los estereotipos de escritor o editor.

La ilusión de qué queremos ser, cómo queremos proyectarnos ser, cómo nos comportamos - si nos caracterizamos por la amplia biblioteca, el fetiche por los libros, la lectura insaciable, las conversaciones y discusiones sobre teorías- no deja de ser un afán por construir la existencia a partir del llenar la ausencia de contenidos. De llenarla con conversaciones, libros, y el delirio narcisista, aunque no siempre consciente, de ser admirados por nuestros conocimientos, por nuestras referencias, por saber además de literatura sobre música, cine y artes plásticas.

Esta ilusión no deja de ser ficcional y de construirse a partir de un supuesto no menos incierto que nuestros conocimientos. El denominarme literata tiene en mí la misma identidad personal que denominarme conde. Si he de asumir alguna actitud exterior que es deliberadamente ilusoria, al menos que sea exagerada y evidentemente ilusoria.

viernes, 4 de abril de 2008

Del teatro















Al estar situada nuestra discusión acerca de la literalidad del teatro bajo el marco del Festival Iberoamericano, no fue necesario desplegar un marco teórico como tal, para darnos cuenta que aquello que estábamos reconociendo abarcaba dos distintas concepciones del teatro.
Aquello que esta persona no concebía como literatura correspondía precisamente al acto de
representación. Mientras yo me situaba en una concepción del teatro clásico, pensaba en el Renacimiento, en Shakespeare, Rabelais, incluso en obras escritas sin la intención de ser representadas.

Y, aunque no tengo un sustento teórico real, tampoco puedo pensar de maner
a clara, el incluir el teatro en la literatura.

Muchas obras de teatro tienen su fuerza precisamente en su corporeidad, en su musicalidad o en su representación. No necesariamente en su palabra. Llamar literatura a todo tipo de teatro sería incluir desde el performance hasta la ópera.

Hace poco vimos LLuvia de Violines, montaje de una compañía francesa. Una representación de 50 minutos cuyo eje principal era una lluvia de personajes suspendidos a más de 10 metros de altura, tocando violines.

Al verla, no pudimos evitar darle un significado a ese entramado de imágenes, música y movimientos que formaron la representación: los bufones tocaban para la realeza, mientras estos oscilaban, sobre el público, entre sus siervos y la muerte. Los bufones celebraban la no- muerte de sus amos. Sin embargo, ni una palabra fue pronunciada, nunca se dijo que eran la realeza. Tal vez fueran sólo aquellos humanos suspendidos como móviles, sabiéndose títeres de una fuerza superior. Aquí lo que cuenta no es lo que significaba, sino su visualización. Causó sensaciones sin necesidad de palabras, eso es cierto
.

¿No es lo mismo que arguementaba para la poesía? Sin embargo, la diferencia precisamente está en la palabra, ya sea el significado o la cosa. Es en ella donde probablemente esté situando lo literario. Y ¿qué es lo literario?, ¿qué debe ser esa palabra?

jueves, 3 de abril de 2008

DE LA POESÍA

Hace poco discutía con alguien acerca de la literalidad de la poesía y del teatro.
Y osándome a hacer una reducción bastante simplista y ficcional, como todo recuerdo lo es, diré que aquella persona afirmaba que ni la poesía, ni el teatro eran literatura y si bien no dejaban de ser arte, no tenían las formas de mímesis de ésta. Sólo la narrativa lograba esta función, la de representar el mundo, aunque no lo argumentaba con el afán totalitario que le pondría Lukács a la novela. Su argumentación partía más de una negación de la poesía y el teatro dentro de las artes literarias, que de la afirmación de la novela, el cuento y el ensayo dentro de tales.

La poesía, decía, es otra cosa, no literatura. Un poeta no es un escritor, es un poeta. Alguien que parte desde su intimidad, no desde una universalidad. A esta cuestión le sumaba su experiencia social y laboral: al lector NO LE GUSTA LA POESÍA. Y aunque podrían existir cientos de ejemplos para negar esta proposición, no podemos negar que en nuestro limitado círculo sucede de esa manera, cualquiera que sea la justificación que le den: no la sé leer, no la entiendo, no puedo hacerle un análisis, no sé de la historiografía de la poesía, etc.

Seguro a muchos el extenso catálogo de Neruda sobre la bastedad natural de América, en su Canto General, no les sea de más agrado que el catálogo de Homero en la Ilíada. Tal vez verán a Neruda de la misma manera que a Argentino Danieri, también con un afán adánico de nombrar, aunque éste lo haga por medio del Aleph.

Sin embargo, pensar un solo tipo de poesía a lo largo de los siglos me parece una generalización innecesaria. Los poetas del siglo de oro no pueden hablar, ni representar de la misma manera como lo hará Hölderlin, o peor aún, de la misma manera que lo hará Haroldo do Campo.

La recepción de la narrativa, no puede funcionar de la misma manera que lo hace la de la poesía. Cuando era niña mi madre me leía Sonatina de Darío. En ese instante sólo sentía las imágenes y los colores del poema. Imaginaba una princesa sentada en su trono, mientras un bufón jugaba alrededor de ella. No podía saber lo que sucedía, ni qué eran las perlas de Ormuz. Sin embargo, esto no era necesario para que me gustara el poema, o para que sintiera sus imágenes, para que me representara una realidad, sin necesidad que fuera de la misma manera que la narrativa lo hacía. Años más tarde no fue necesario entender completamente, en mi precario inglés, The garden of Proserpine, para que me gustara Swinburne, o para que recitara alegremente she walks in beauty like the night, of cloudless… para que me gustara Byron.

Tal vez crea más en una palabra- objeto, una palabra- referente, que en una palabra- significativa. No en balde, he nacido después de las vanguardias, y de la fragmentación y negación de todo. Creo entonces en la posibilidad de la poesía de ser sentencia y no necesariamente reflexión o referente; en la posibilidad que tiene de vaciar de significado y de volver a llenar. En la posibilidad de volver a ser la palabra más fundamental y sintética. Incluso en su posibilidad de ser utilitaria y macabra.

Sin embargo, no niego tampoco esto en la narrativa. Tal vez nos perdimos en creerlos entes separados. ¿Qué importaba antes si cantaba o narraba, no eran la misma cosa?