Interesante la represalia que pudo tomar el vidriero en el poema en prosa de Baudelaire.
La venganza del vidriero.
Tengo una naturaleza puramente contemplativa, completamente inadecuada para la acción, y, no obstante, bajo un impulso misterioso y desconocido obro algunas veces con una rapidez de la que no me hubiera creído capaz.
En ocasiones, no me atrevo a pasar la puerta de mi casa, temiendo que me encuentre algo inesperado allí dentro. Nunca he sido capaz de mirar una carta sin que pase por lo menos una semana después de haberla recibido, y esperando que durante ella, alguien me dé información sobre dicha carta. Si nadie lo hace, la abro pues las malas noticias siempre son las primeras que llegan.
Hacía dos semanas tenía en mi alma un gusano carcomiéndome y el cual no me había atrevido a liberar. Ya lo he dicho, soy un espíritu negado para la acción. Me conformo con caminar por la ciudad vendiendo mis mercancías, tratar de ser agradable a las personas para que me sigan comprando, y vivir sin mayores concepciones ajenas. Pero ese gusano me impulsaba a actuar, a enloquecer. Lo había evitado durante varios días pero una mañana desperté con la decisión tomada, con el impulso en mis venas. Con determinación. ¿Por qué, por qué, por qué tuve que ceder? Aunque no puedo negar que lo disfruté al máximo y que ese goce de minutos deshizo las furias de mi alma.
Desperté temprano como siempre. Organicé mis mercancías, pero en esta ocasión eran distintas. Mi caja estaba llena de vidrios de colores: vidrios rosados, azules, vidrios mágicos y del paraíso. Allí estaba la vida de color rosa. La vida de color rosa que me habían reclamado.
Llegué a uno de los barrios pobres de Paris. Me detuve ante un edificio, y con cuidado subí sus estrechos seis pisos, evitando que mi mercancía sufriera alguna lesión. Toqué la puerta de un apartamento, y esperé que me abrieran. Vi como la puerta se iba abriendo, y mientras, yo iba sacando una gran cantidad de los vidrios de colores. Apareció ese señor obeso que hacía unas semanas había conocido. Sin darle tiempo para reconocerme, lo saqué de su apartamento, lo empujé hacia las escaleras y lo hice caer mientras le tiraba con furia su anhelada vida de color de rosas. Le lanzaba vidrios rosados, azules. Le lancé más de tres vidrios mágicos, que le dieron en su mágica cabeza, de la cual brotó sangre mágica. Y sin detenerme la gritaba “¡La vida de color de rosa! ¡La vida de color de rosa! ”
Ninguna de las bromas nerviosas están exentas de peligros, y a menudo se pagan caro. Pero ¿qué puede importarle la eternidad de la condena quien ha encontrado en un segundo la infinitud del goce
0 comentarios:
Publicar un comentario